
Me da la impresión que nada va bien. O tal vez es que todo va mal.
Podría contar con los dedos de una mano las escasas razones que me quedan para sonreír. Una de ellas me la enseñó la Señorita Poulain y consiste en cultivar el gusto por los pequeños placeres de la vida, en mi caso: El olor de café recién hecho por las mañanas, dormir con el sonido de la lluvia, sentir admiración por los objetos antiguos, disfrutar de los escasos minutos de reflexión bajo el agua fría de la ducha y coleccionar sueños extraños. (Entre otros muchos, claro.)
Podría contar con los dedos de una mano las escasas razones que me quedan para sonreír. Una de ellas me la enseñó la Señorita Poulain y consiste en cultivar el gusto por los pequeños placeres de la vida, en mi caso: El olor de café recién hecho por las mañanas, dormir con el sonido de la lluvia, sentir admiración por los objetos antiguos, disfrutar de los escasos minutos de reflexión bajo el agua fría de la ducha y coleccionar sueños extraños. (Entre otros muchos, claro.)
Las demás razones por las que vale la pena sonreír en estos momentos me costaría incluso recordarlas pero sé del cierto que el gusto por los pequeños placeres de la vida siempre conseguirá robarme una sonrisa.
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Dicen que el mundo resultaría ser un lugar muy solitario sin aquella persona que consigue robarnos una sonrisa sin pretenderlo.